Por José Alberto Gaytán García*
Cuando Aurelio Ramírez Campos tenía siete años de edad, sufrió un terrible accidente en una barranca cerca de su casa en Amatlán, Morelos.
Don Aurelio recuerda muy bien los detalles de lo que pasó aquella tarde:
“Ya mero llegábamos a la casa, veníamos de Yautepec, un poblado cercano a Amatlán, mi papá con sus chiflidos apuraba el paso de mi mula porque repentinamente el cielo se llenó de nubarrones negros, se vino un fuerte ventarrón que estremecía los árboles con amenazantes relámpagos y truenos que avisaban la llegada de una gran tormenta”.
“Después de eso, lo único que recuerdo es que iba unos metros delante de mis papás montado en mi mulita cuando el cielo se iluminó hasta cegarnos, se escuchó un estruendoso estallido y un descomunal golpe con chispas que sentí me había partido en muchos pedazos lanzándome varios metros hacia la barranca; no sé cuánto tiempo pasó después del golpe, solo recuerdo los gritos desesperados de mi mamá: ¡Aurelio, Aurelio!, ¿estás bien hijito?, ¿qué te pasó Aurelio?”
“Cuando medio recobre el conocimiento, mis papás estaban tirados entre los matorrales, mi mulita estaba temblando patas pa’rriba, retorciéndose de dolor antes de morir por el impacto del rayo, me salvé milagrosamente, mis papás por suerte venían un poco lejos de donde nos cayó el rayo a la mula y a mí”.
En amena platica sostenida en el corredor de la casa de don Aurelio, el “Hombre del Rayo”, como también le llaman, me explicó con gran amabilidad que después del accidente estuvo mucho tiempo aturdido y con un molesto zumbido en los oídos, pasaron meses para recuperarse, aunque creé que el zumbido en los oídos nunca se le quitó, que más bien aprendió a vivir con él y que tiempo después, le empezaron a suceder cosas extrañas. Por ejemplo, cuando saludaba de mano, la gente le retiraba la mano abruptamente, quejándose de recibir “toques” o descargas eléctricas, cuando se perdía alguna vaca en el monte, la encontraba sin problemas, como si supiera de antemano donde estaba, conocía caminos, atajos y veredas sin haber estado antes en dichos lugares. A los 15 años de edad ya sabía curar con hierbas que recolectaba en el monte.
Un día, durante un festival prehispánico en honor al rey Quetzalcóatl, don Aurelio le platicó sus experiencias a un jefe danzante que participaba en dichos festejos, este hombre le explicó que sin saberlo, el era un “Tiempero”, al preguntarle don Aurelio que cosa era eso, el danzante le dijo, un “Tiempero” o “Granicero” es el que ha pasado la prueba del rayo, o sea, es alguien que le cayó un rayo y sobrevivió, es alguien que recibe un “don de arriba”, el “Tiempero”, le aclaró aquel hombre, “es alguien que le pide al tiempo, a la lluvia y retira malos tiempos; como el granizo o el ventarrón”.
De ahí en adelante, don Aurelio fue guiado y ayudado por gente conocedora de costumbres prehispánicas, a los 40 años de edad, ya era todo un “Granicero” y un hombre estimado y de gran respeto en su comunidad. A los setenta años de edad, ese cariño y respeto han aumentado, según lo pude constatar en los dos días que estuve en Amatlán investigando este tema. En el próximo y último artículo de esta serie, les comentaré como trabajan los “Graniceros” o “Señores de la Lluvia” y que herramientas utilizan para llamar la lluvia o para calmar la furia de una granizada o de una tempestad. Continuará…
jalbertogaytangarcia@gmail.com
A88R6/17
Acerca del autor
- José Alberto Gaytán García ha escrito artículos y ensayos de corte académico en diarios y revistas de México y de los Estados Unidos; ha participado en importantes proyectos académicos e impartido conferencias sobre temas de historia, tecnología y educación en el marco de las relaciones entre México y los Estados Unidos, tema en el cual realizó sus estudios de doctorado en The Graduate School of Internacional Studies de la Universidad de Miami.
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