Por José Alberto Gaytán García*
A nombre de la Asociación de Estudiantes Mexicanos de la Universidad de Miami, deseo agradecer la visita a nuestra escuela del escritor mexicano Arnaldo Córdova, quien este día presenta su libro La revolución en crisis: La aventura del maximato, publicado por la editorial Cal y Arena de México. Deseo agradecer de igual manera a las autoridades de la Escuela de Estudios Internacionales su aceptación para organizar este evento académico, el cual nos servirá para ampliar nuestro entendimiento sobre el estudio científico de las relaciones entre México y los Estados Unidos. Dicho lo anterior, deseo subrayar que el libro del Dr. Arnaldo Córdova, La aventura del maximato, aborda o cubre un periodo de crisis políticas graves que ocurren en México entre la década de los años treintas a los cuarentas, que es cuando Plutarco Elías Calles ejerce el poder como jefe máximo de la Revolución mexicana. Esas crisis políticas sacudieron peligrosamente por así decirlo, el carácter de las relaciones entre México y los Estados Unidos y dentro de esa turbulencia política, a un embajador de los Estados Unidos, le tocó desempeñar una actuación diplomática histórica y de primera importancia, la cual comentaré en la siguiente ponencia, esperando sea del agrado académico del doctor Arnaldo Córdova y de mis compañeros ponentes de la mesa de honor”.
En Marzo de 1933, el secretario de estado Cordell Hull llamó por teléfono a Josephus Daniels para comunicarle una noticia que sin duda le iba a causar una gran alegría: “Mr. Daniels”, le comentó Hulls, “el presidente Roosevelt lo acaba de nombrar a usted embajador plenipotenciario y extraordinario de los Estados Unidos de América en México. Haga sus arreglos personales para que venga al Departamento de Estado a tomar un breve curso de asuntos diplomáticos y preparese para viajar de inmediato a México a entregarle sus cartas credenciales al señor presidente de ese país, Abelardo Rodríguez”. Cordell Hull le instó también a que no se preocupara, asegurándole que su estancia en México iba a ser placentera y sin mayores problemas, ya que en su opinión, el anterior embajador Dwight Morrow, había dejado arreglados todos los asuntos importantes con México.
Sin embargo, los problemas de Daniels empezaron ese mismo día, y no precisamente en México, sino en su casa, en Raleigh, en el estado de Carolina del Norte, cuando Daniels sumamente emocionado le platicó a su esposa la noticia de su nombramiento. Lo primero que le contestó su esposa totalmente contrariada por dicha noticia fue literalmente lo siguiente: “¡Pero tu no puedes ir a México, acaso ya se te olvidó el asunto de la invasión a Veracruz!”. Agregando que si él por algún motivo había olvidado dicho asunto, que tuviera la plena certeza de que los mexicanos de ninguna manera lo habían hecho, que entendiera que México jamás aceptaría su nombramiento de embajador. Daniels por su parte, le contestó que tampoco él había olvidado en absoluto el asunto de Veracruz, que recordaba perfectamente que en ese entonces él era Secretario de la Marina de los Estados Unidos y que en ese incidente habían muerto 126 mexicanos y 19 americanos y que si había ordenado el desembarco en Veracuz, había sido por órdenes directas del presidente Wilson, quien deseaba ayudar al pueblo de México a liberararse del dictador Victoriano Huerta y además, porque los Estados Unidos deseaban detener el envío de armas y la penetración política y económica de Alemania en México.
El nombramiento de Daniels también despertó suspicacia y malestar en diversos círculos políticos y diplómaticos de los Estados Unidos. Se criticaban varias cosas, por ejemplo, el asunto de su edad, Daniels tenía 70 años de edad cuando se le nombró embajador, no hablaba una sola palabra de español y no tenía la más mínima experiencia en el delicado terreno de la diplomacia. En particular, había un claro malestar en un poderoso grupo político de Washington, porque aparentemente el presidente Roosevelt, al nombrar a Daniels embajador en México, no solo había olvidado el asunto de la invasión a Veracruz, sino que también había olvidado que a la embajada de México ya se le había prometido a Radolph Morrison, un prominente hombre de negocios de San Antonio, Texas, y protector político del entonces vicepresidente de los Estados Unidos John N. Garner.
Mientras tanto, en México la noticia del nombramiento de Daniels parecía una broma de muy muy mal gusto e imposible de aceptar como cierta. Los principales diarios destacaban el asunto en primera plana, coincidiendo todos en señalar que dicho nombramiento era sencillamente una grave afrenta a la sensibilidad y la dignidad de México. Las protestas populares no se hicieron esperar sobre todo en el Puerto de Veracruz y en la Ciudad de México.
En Monterrey, la tercera ciudad más importante del país hubo arrestos de estudiantes y de líderes obreros que protestaban la llegada de Daniels. Al mismo tiempo, el Gobierno mexicano se esforzaba al máximo por evitarle una situación embarazosa a la Casa Blanca, sobre todo sabiendo que Daniels era un amigo personal muy estimado por el presidente Roosevelt. Por otra parte, el Gobierno trataba de convencer a los estudiantes y líderes obreros de que el nuevo embajador era un hombre bueno y bien intencionado; que en su estado natal Carolina del Norte, había sido un dedicado y brillante consejero de la Universidad de Carolina del Norte. Se le presentaba como un amigo de los estudiantes y de la educación, además de un gran defensor de la libertad y la democracia. En concreto, el Gobierno mexicano avalaba ampliamnente la solvencia moral del nuevo embajador.
En abril de 1933 bajo estrictas medidas de seguridad Josephus Daniels arribó por fin a la Ciudad de México. Al presentar sus cartas credenciales ante el presidente Abelardo Rodríguez, Daniels señaló entre otras cosas, que él no iba a México a servir a los intereses de grupos económicos y políticos, sino a poner en práctica los principios de la nueva administración del presidente Roosevelt, la política del Buen vecino; es decir, una política basada en la amistad, el entendimiento, y la cooperación entre México y los Estados Unidos.
Los nueve años que Daniels duraría como embajador en México serían tiempo suficiente para demostrar con hechos sus palabras y sobre todo para darse cuenta también de que lo dicho por el Departamento de Estado, en el sentido de que su estancia en México sería placentera y sin mayores problemas, estaba muy distante de la realidad política y social que prevalecía en México en ese entonces. En efecto, la sociedad mexicana vivía una complicada fase de transición de una sociedad con viejas formas semifeudales, conducida por caudillos y hombres fuertes a una sociedad con nuevas formas de democracia “socialista”. Los efectos de esta transición política y social pronto le harían ver a Daniels que los problemas de México eran mucho más profundos y complejos de lo que pensaban sus amigos de Washington y que no iba ser tarea fácil el poner en práctica la política del Buen vecino. Antes, habría que pasar por muchas pruebas de fuego y por muchos dolores de cabeza.
La primera prueba de fuego no tardo mucho en llegar y tuvo que ver con la agitación religiosa que existía en México. En el centro de la controversia estaba la Iglesia católica, quien desde épocas de la conquista española constituía una poderosa institución no solo religiosa sino económica y política. El problema consistía en que la nueva Constitución de 1917 le quitaba prácticamente dicho poder a la Iglesia al restringir su actuación a un plano estrictamente religioso con total control y vigilancia del Gobierno. Por ejemplo, el artículo 130 de la nueva constitución prohibía el culto externo, como las procesiones y otros actos públicos muy arraigados dentro de las costumbres del pueblo mexicano. Además, no reconocía derechos políticos a los sacerdotes. Estas nuevas reformas constitucionales establecían también que la educación en México debía ser impartida por el Estado en forma pública, gratuita, sin contenido religioso e independiente de las iglesias y de las creencias religiosas. La Iglesia mexicana se negó rotundamente a aceptar dichas reformas constitucionales, instando al pueblo de México a desobedecer la ley. Ante tal situación, el Gobierno decidió cerrar escuelas, templos y seminarios, desatando a la vez una feroz persecución en contra de sacerdotes y seguidores religiosos. Muchos campesinos se sintieron profundamente agraviados en su fe religiosa por lo que en 1926 se levantaron en armas en una rebelión conocida como la Rebelión de los cristeros. Se les llamaba cristeros, porque usaban el nombre y la imagen de Cristo como símbolo de su lucha. La guerra duró tres años y se llevó a cabo principalmente en el occidente de México. En 1929 con la ayuda de la Iglesia católica de los Estados Unidos y del embajador Dwight Morrow, el Gobierno y la Iglesia de México acordaron la paz. De modo que cuando Daniels llegó en 1933 las heridas de la guerra cristera todavía estaban frescas y las divergencias eran aun profundas e irreconciliables, sobre todo, porque un fanático religioso asesinó en 1928 al presidente electo de México, Álvaro Obregón.
Es importante señalar que antes de la Revolución mexicana, la educación popular no existía en México y que las pocas escuelas que había eran controladas por la Iglesia, la cual se reservaba la admisión para los hijos de las altas clases sociales del país. Por ejemplo, México en 1910 tenía 15 millones de habitantes de los cuales, el noventa por ciento no sabía leer ni escribir. Por ese motivo, los líderes de la Revolución estaban determinados a cambiar dicha situación y a permitir el acceso a todos los mexicanos a un sistema gratuito de escuelas públicas.
Al presentar sus cartas credenciales ante el presidente Abelardo Rodríguez, Daniels le expresó su profunda admiración por los avances de las reformas sociales de México, especialmente por aquellas en materia de educación, señalando que dichas reformas promoverían el bienestar social de los mexicanos. Esta observación le costaría al embajador Daniels el primer dolor de cabeza serio, ya que tan pronto como se conoció la noticia en los Estados Unidos, el influyente periódico Baltimore Catholic Review, abiertamente señaló que Daniels “no sabía lo que estaba diciendo”, agregando que sus erróneas observaciones no merecían más que ser condenadas por cada uno de los americanos verdaderamente familiarizados con lo que estaba pasando en México. Daniels trató de aclarar la situación señalando que los asuntos de México sólo les pertenecían a los mexicanos y que los Estados Unidos no podía, de ninguna manera, imponer sus puntos de vista sobre asuntos internos de México.
Más tarde en un discurso pronunciado en el importante seminario anual para el estudio de los problemas interamericanos, Daniels señaló que los deseos de los líderes mexicanos como los generales Calles, Rodríguez y Cárdenas, de proveer la educación para el pueblo de México, coincídian totalmente con los postulados de libertad de Jefferson y que a su vez, tales postulados cumplían totalmente con los anhelos de Juárez, Morelos, Madero y otros grandes patriotas de México. Al otro día, los líderes católicos de México, al leer el discurso en inglés del embajador Daniels, lo acusaron de interferir en la lucha entre la Iglesia y el Estado mexicano, acusándolo además de apoyar abiertamente al general Plutarco Elías Calles, el hombre fuerte de México y a quien la Iglesia consideraba sencillamente un tirano y enemigo de Dios.
Este fue el principio de una feroz campaña por parte de los grupos católicos en contra del embajador Daniels, campaña secundada por los enemigos políticos del presidente Roosevelt. Daniels por su parte, se esmeraba en aclarar su posición, señalando que todo era un mal entendido, que si bien, él era un hombre de profundas convicciones religiosas, también era un convencido total de los beneficios de la educación universal y que en este sentido, ninguna nación del mundo podría ser libre si la ignorancia prevalecía entre sus habitantes; que esos eran los anhelos de México, en coincidencia con los postulados de Jefferson.
Los ataques continuaron con más fuerza por parte de los grupos católicos americanos, quienes seguían exigiendo su renuncia, señalando que en lugar de comparar a los líderes ateos mexicanos con Jefferson, los debía comparar con Nerón y con Hitler. El tono de las protestas fue todavía más lejos, cuando el Concilio Nacional de Mujeres Católicas escribió una carta a la Casa Blanca exigiendo la renuncia inmediata del embajador Daniels.
En los siguientes meses, el Departamento de Estado recibió más de 20,000 cartas relacionadas con este asunto. De toda la correspondencia recibida, sólo 27 cartas apoyaban a Daniels; el resto lo criticaba y pedía su renuncia. A estas alturas, el asunto tenía bastante preocupado al embajador Daniels, al grado que vino a los Estados Unidos a platicar con los asesores del presidente Rossevelt sobre la posibilidad de renunciar. Daniels no quería afectar al partido demócrata, ya que se acercaban las elecciones presidenciales de 1936 y los grupos católicos, encabezados por los Caballeros de Colón, amenazaban con retirarle al partido demócrata los 20 millones de votos católicos con que contaba. Daniels tampoco quería afectar las nuevas políticas de la administración Rossevelt conocidas como el New Deal. De modo que pensaba renunciar a la embajada de México y postularse para senador por el estado de Carolina del Norte. Finalmente, los asesores de la Casa Blanca y el propio presidente Roosevelt decidieron confirmarlo en su puesto.
La llegada a la presidencia de México del general Lázaro Cárdenas ayudó enormemente al embajador Daniels a “sortear el temporal” y a limar asperezas con los líderes católicos mexicanos. Daniels le pidió a Cárdenas más libertad para las actividades públicas religiosas así como el cese inmediato de toda persecución por motivos religiosos. Ante la incredulidad y el asombro de los líderes católicos, dichas peticiones fueron totalmente aceptadas por el nuevo presidente de México. Por cierto, estos mismos líderes católicos, más tarde acusarían al general Lázaro Cárdenas de hacerle más caso al embajador de los Estados Unidos que a ellos.
Ya para ese entonces, el embajador Daniels sabía perfectamente que México no era ningún rincón romántico lleno de canciones y guitarras. Por el contrario, era como él lo describiría más tarde en sus libros: “La tierra de lo inesperado, donde todo podía pasar y donde una emoción fuerte era superada por otra mayor”. Daniels estaba en lo correcto; en 1935 una noticia de carácter político conmocionó a todo México. El presidente Cárdenas ordenaba el arresto y expulsión del país del ex presidente Plutarco Elías Calles, el “Jefe Máximo de la Revolución mexicana”, como se le conocía dentro de la familia política de México. Calles entre otras cosas, fue el creador del famoso partido político conocido como el PRI.
El problema se originó porque el Gobierno de Cárdenas acusaba al general Calles de interferir en asuntos internos del Gobierno y de constituir una amenaza para la paz y para la estabilidad del país. Directamente se le acusaba de haber planeado la voladura de un tren en el estado Veracruz con el objeto de desestabilizar el Gobierno para luego efectuar un golpe de estado. En medio de una gran agitación política, Calles respondía que él no era el responsable de los problemas del país, que la causa lo eran las políticas erróneas del presidente Cárdenas. En esos días, Cárdenas cesó a altos jefes militares, a 12 gobernadores y a otros funcionarios de segundo nivel acusados de estar ligados al general Calles.
El embajador Daniels intervino para salvaguardar la integridad física del ex presidente Calles y para consegirle refugio político en los Estados Unidos. Plutarco Elías Calles fue puesto en un avión con rumbo a San Diego, California. Lo primero que hizo al llegar a los Estados Unidos, fue acusar a Cárdenas de comunista y de tratar de establecer en México un sistema colectivo de agrícultura al estilo del sistema soviético.
Pero esto no sería nada frente a la magnitud de los acontecimientos que se aproximaban. En noviembre de 1936, la administración de Cárdenas aprobó la Ley de expropiación. Inmediatamente, dicha ley fue interpretada por los grupos banqueros e inversionistas de los Estados Unidos, como la ley de “confiscación”, porque amenazaba peligrosamente sus propiedades e intereses. Al grado que Daniels tuvo que ver personalmente al presidente Cárdenas para transmitirle las preocupaciones sobre el alcance y el contenido jurídico de dicha ley. Cárdenas le explicó al embajador que dicha ley tenía por único propósito el evitar que se repitieran los abusos y las situaciones occurridas en el pasado con propiedades mexicanas, prometiéndole al embajador Daniels que los intereses americanos serían totalmente respetados. Sin embargo, esta ley sería utilizada dos veces por la administración de Cárdenas. La primera en 1937 para expropiar la industria ferrocarrilera, cuyo capital era mayormente de origen americano, y la segunda, en marzo de 1938, para nacionalizar la industria petrolera. Las razones de estas medidas tienen su origen en el Porfiriato, en donde Porfirio Díaz cambió las leyes de México para favorecer y atraer la inversión extranjera. Con base en ello, las compañías extranjeras extraían libremente del país el petróleo, los minerales y diversos productos naturales. Estas compañías llegaron a acumular tanto poder y riqueza que por ejemplo, la Standard Oil de New Yersey y la Royal Dutch Shell, juntas tenían más capital que el Gobierno de México.
Es importante destacar que cuando Cárdenas dio a conocer el decreto de expropiación, también anunció la disposición del Gobierno de México de compensar económicamente a las compañías extranjeras afectadas por dicha medida. Las compañías inglesas reclamaban sus propiedades en 500 millones y las americanas en 400 millones de dólares. La respuesta de Inglaterra fue la de romper relaciones diplomáticas con México y presentar diversas demandas legales en contra del decreto de expropiación, además de iniciar un boicot en los mercados internacionales en contra del petróleo mexicano. Por su parte, los Estados Unidos no salían de su asombro por dicha medida, la cual consideraban un gravísimo error y una acción “suicida” del Gobierno de Cárdenas. Esto era debido a la difícil situación económica de México, ya que las reformas sociales de Cárdenas representaban una gran carga financiera para el país, además, estaba pendiente el pago a los Estados Unidos de diversas demandas por daños causados a propiedades americanas durante la Revolución mexicana. Debe mencionarse también que en 1938, México se vío en la necesidad de importar granos y comida, ya el año anterior se habían perdido las cosechas del país. La expropiación petrolera provocaría también una fuerte devaluación del peso mexicano ante el retiro de capitales extranjeros y las caídas del precio del petróleo y de la plata mexicana.
La primera reación oficial del Gobierno de los Estados Unidos fue la de suspender la compra de plata mexicana, los programas de ayuda financiera internacional para México, y el envío de una nota diplomática exigiendo al presidente Cárdenas la ratificación por escrito de su promesa pública de indemnizar a las compañías petroleras. Daniels se opuso abiertamente a todas estas medidas. Por ejemplo, en el caso de la suspensión de la compra de la plata, su posición apelaba con sencillez al sentido común: México dependía enormemente de sus ingresos por venta de plata y si se suspendía dicho ingreso, menos iba a poder cumplir sus compromisos financieros. Por esta misma razón, Daniels se negaba a presionar a México para que emitiera más bonos en pago por las reclamaciones pendientes de los Estados Unidos.
Daniels sabía perfectamente que las medidas de presión antes mencionadas eran altamente peligrosas para el Gobierno de México. Por tal razón, él prefiría esperar a que mejorara la situación del país. Al mismo tiempo, Daniels intervino ante el Export-Import Bank para que aprobara un plan de ayuda destinado a aliviar la grave crisis interna del país. El embajador se opuso totalmente a cualquier medida de uso de la fuerza en contra de México, ya que la colonia americana residente en México y diversos sectores derechistas en este país propusieron al Gobierno de los Estados Unidos, el uso de la fuerza como medida de solución a la crisis petrolera. Daniels rechazó también un ofrecimiento hecho por el Gobierno de Inglaterra de confabularse con ellos en la preparación de un complot político para derrocar al presidente Cárdenas. Es muy importante señalar, que Daniels aunque nunca estuvo de acuerdo con el decreto de expropiación, sin embargo, nunca pudo ocultar su profunda admiración por Lázaro Cárdenas, a quien le encontraba en materia de visión social, un gran parecido con su amigo Franklin Delano Roosevelt. Por eso Daniels tenía una gran fe en la importancia de la Reforma Agraria de Cárdenas, la cual, en su opinión, conduciría a mejores oportunidades económicas para los campesinos mexicanos, ya que pensaba firmemente que el sistema de las haciendas y de las grandes propiedades habían sido una de las causas de la pobreza de México.
Hay un incidente de extraordinaria importancia que merece ser mencionado esta tarde. Este incidente esta relacionado con la nota enviada por Cordell Hull al presidente Cárdenas. En esta nota diplomática, Hull le exige por escrito a Cárdenas la ratificación de su compromiso de indemnizar a las compañías petroleras. Cuando Daniels recibió la nota y la entrega al canciller mexicano Eduardo Hay, éste le hace ver que el presidente Cárdenas, podía tomar el asunto como una ofensa y como una grave falta de respeto, ya que la nota, entre otras cosas, ponía en duda el compromiso público del presidente de México de indemnizar a las compañías petroleras. Daniels, después de evaluar cuidadosamente la situación y sin consultar a sus superiores en el Departamento de Estado, Cordell Hull y Summer Welles, toma entonces una decisión histórica,que nunca antes que yo recuerde, se ha repetido en los anales de la historia diplómatica de los Estados Unidos. Daniels le pide al canciller mexicano bajo su absoluta responsabilidad como embajador de los Estados Unidos, que el Gobierno de México considerara dicha nota como “no recibida”. Esta acción sin precedentes puso de manifiesto la enorme voluntad del embajador Daniels de salvar a cualquier precio la implementación de la política del Buen vecino no sólo en México sino en toda América Latina. Quizá comprendió Daniels que al hacerlo salvaguardaba también los intereses de los Estados Unidos, como más tarde la historia lo demostraría; pues al estallar la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países de América Latina serían aliados de los Estados Unidos.
Este momento histórico adquiere más valor con el paso del tiempo, ya años después le platicaron a Cárdenas dicho incidente y éste le comentó a Ramón Beteta, el número dos de la cancillería de México, que recordaba perfectamente el incidente, y que es más, que estaba enterado del contenido literal de la nota y que si el embajador Daniels le hubiese presentado oficialmente dicha nota, debido a la enorme presión de la crisis petrolera y a los graves problemas internos del país, posiblemente hubiese roto las relaciones diplómaticas con los Estados Unidos. De haberse producido esta acción, correcta o no, la verdad es que hubiese sido de incalculables consecuencias para todos, no solo para México, sino también para los Estados Unidos, pues no debemos perder de vista que estaba muy cerca de estallar la Segunda Guerra Mundial y sobre ello, se me ocurre pensar que a nadie le hubiese agradado la idea de tan sólo imaginar que en vez de pelear contra los japoneses y alemanes en las Filipinas hubiéramos tenido que hacerlo a orillas del Río Grande. Por eso, a mí no me queda duda de que Daniels cambió para bien el rumbo de la historia.
Volviendo a México, las cosas ahí se agravarían peligrosamente, ya que el general Saturnino Cedillo, Ministro de Agricultura, apoyado por antiguos luchadores cristeros y por enemigos de Cárdenas, renunciaba a su puesto para levantarse en armas en contra del Gobierno. Al decomisar al general Cedillo seis aviones y armamento militar adquirido ilegalmente en los Estados Unidos, el Gobierno acusó a las compañías petroleras de apoyar dicha rebelión. En México circulaban rumores de que la compañia petrolera El Águila financiaba este movimiento con la idea de derrocar al general Cárdenas para después recuperar los bienes expropiados. Se comprobó también que algunos pilotos alemanes y americanos veteranos de la Primera Guerra Mundial estaban enlistados en las filas del general Cedillo. El presidente Roosevelt a petición del embajador Daniels, intervino para advertir a los pilotos americanos de no inmiscuirse en este conflicto, sin pena de perder sus licencias y de enfrentar cargos legales de conspiración. De hecho, el Departamento de Justicia encausó a dos pilotos americanos bajo cargos de conspiración y de violar las leyes de neutralidad de los Estados Unidos. El general Cedillo fue capturado y fusilado por por las fuerzas del Gobierno en el estado de San Luis Potosí, terminando de esa manera dicho levantamiento armado.
En 1940, la situación cambiaría totalmente. El general Cárdenas entregaba el poder al general Manuel Ávila Camacho, y el presidente Roosevelt, en un gesto de buena voluntad, envió a la toma presidencial al vicepresidente Henry Wallace, lo cual constituyó todo un acontecimiento político, ya que era la primera vez que un funcionario americano de tan alto nivel asistía a una ceremonia de cambio de poderes en América Latina. Cuando el embajador Daniels llegó a la ceremonia, acompañado por el vicepresidente Wallace y por el resto de la delegación americana, el congreso en pleno, los líderes y todos los representantes del país, se pusieron de pie y los recibieron con un aplauso que duró varios minutos. De hecho, esta es la ovación más prolongada que ningún funcionario norteamericano haya recibido jamás ante el congreso de México.
En mi opinión, esta recepción era también la mejor señal de que la política del Buen vecino había alcanzado la madurez necesaria para su implementación y en efecto, así fue, en los meses siguientes se abrió una nueva etapa de impresionante entendimiento y cooperación, tal vez la mejor en toda la historia de las relaciones entre México y los Estados Unidos.
En cuanto a Daniels, éste renunció a su cargo en 1941, no sin antes haber encontrado una solución al conflicto petrolero, desde luego junto con las demás personas que intervinieron en este asunto. Se creó una comisión conjunta y se llegó a un acuerdo final. México acordaba pagar a los Estados Unidos 29 millones por concepto de la expropiación petrolera y 40 millones de dólares por concepto de reclamaciones agrarias. A cambio de ello, los Estados Unidos le concedían un paquete de ayuda financiera de 90 millones de dólares. The New York Times criticó el arreglo en un artículo publicado en ese entonces, en el cual señalaba que México había pagado la expropiación con dinero de los Estados Unidos.
Daniels regresó a Carolina del Norte a continuar con su antiguo trabajo de director de un periódico propiedad de su familia, trabajo que desempeñó hasta enero de 1948, cuando falleció a la edad de 86 años. En el contexto de las relaciones de los Estados Unidos con el resto del hemisferio, el legado del embajador Daniels, es en mi opinión, de la mayor importancia histórica y su contribución al fortalecimiento del sistema interamericano es sencillamente monunental.
Yo creo que el mejor reconocimiento que debemos hacer al legado del embajador Daniels, a nivel de instituciones academicas como es nuestro caso, es seguir aprendiendo más sobre este tema al amparo precisamente de este tipo de eventos y a nivel de escritores de prestigio, como el caso del profesor Arnaldo Córdova, al incluir el tema de Daniels, como él atinadamente lo ha hecho en este excelente libro sobre la aventura del maximato. Libro que por cierto, forma ya parte de la bibliografía seria y obligada de los estudios históricos y científicos sobre el tema.
En este sentido, creo que la mejor manera de concluir mi presentación es recoradando que el embajador Daniels trató por todos los medios de ayudarnos a construir esa sociedad que tanto anhelamos no solo los mexicanos sino la América Latina entera: me refiero a una sociedad libre, avanzada y democrática.
jalbertogaytangarcia@gmail.com
A71R6/17
Acerca del autor
- José Alberto Gaytán García ha escrito artículos y ensayos de corte académico en diarios y revistas de México y de los Estados Unidos; ha participado en importantes proyectos académicos e impartido conferencias sobre temas de historia, tecnología y educación en el marco de las relaciones entre México y los Estados Unidos, tema en el cual realizó sus estudios de doctorado en The Graduate School of Internacional Studies de la Universidad de Miami.
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