Por José Alberto Gaytán García*
Les comentaba en mi artículo anterior que la actividad científica en México se encuentra en situación difícil por falta de una verdadera política nacional que proteja o privilegie dicha actividad. En este sentido, lo primero que debemos señalar es que las instituciones encargadas de promover la actividad científica en nuestro país son nuevas comparadas con instituciones de otros países. Por ejemplo, la Academia Mexicana de Ciencias se fundó apenas en 1959 bajo el principio de que el desarrollo del conocimiento científico permitiría a México alcanzar su soberanía científica, económica y educativa.
Por su parte, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), se fundó en 1970 con la idea de impulsar la actividad científica como motor de desarrollo del país; ambas instituciones tienen en promedio menos de 50 años de edad o sea, son muy jóvenes. En cambio, en Inglaterra, la “Royal Society of London for Improving Natural Knowledge”, en español, la “Real Sociedad de Londres para el avance de la ciencia natural “, se fundó en 1660. En Francia, sucede igual, ya que la Academia de Ciencias (Academie des sciences) se fundó en 1666 con la idea de “animar y proteger el espíritu de la investigación y el progreso de las ciencias”. En los Estados Unidos, en marzo de 1863, el presidente Abraham Lincoln firmó la ley que autorizó la creación de una poderosa institución encargada de promover el desarrollo de las ciencias, la famosa Academia Nacional de Ciencias (National Academy of Sciences).
Ahora bien, señalábamos que el CONACYT se fundó para impulsar a la ciencia como la palanca de desarrollo del país, lamentablemente no ha sucedido así; varias razones explican este resultado negativo; en primer lugar, desde su creación, al CONACYT siempre le faltó mucho presupuesto y también mucha capacidad para planear el desarrollo científico del país. En efecto, el CONACYT no tiene un presupuesto decoroso porque México en ciencia y tecnología solo invierte 0.35 del producto interno bruto (PIB) del país, cuando la ley de ciencia y tecnología establece invertir mínimo el uno por ciento. Por esta penosa razón, en inversión en ciencia y tecnología estamos debajo de Argentina, Cuba, Chile, Brasil, Uruguay, etc. Además, en este mismo rubro, México está en último lugar entre los 34 países miembros de la OCDE.
También estamos mal porque en México no se considera a la ciencia una verdadera palanca de desarrollo, mas bien se le ve como un adorno o como un concepto elegante, por eso, en actividad científica hacemos las cosas sobre la marcha, sin planeación de mediano y largo plazo. Este descuido dio como resultado que el 96% de la tecnología que utilizamos actualmente sea importada, ya que no producimos los insumos que necesitamos, de ahí que tengamos que comprar en el extranjero casi todas nuestras necesidades tecnológicas, incluyendo televisiones, celdas solares y medicinas de primer nivel, por citar ejemplos sencillos. Dicho en otras palabras, para hacer ciencia en México hay que importar los insumos y eso dificulta enormemente el trabajo científico en nuestro país.
Por tanto, para alcanzar la soberanía nacional en rubros importantes como innovación, competitividad, transferencia de conocimientos, producción de doctores, patentes científicas y desarrollo ambiental, necesitamos nuevas ideas, nuevos programas, nuevos presupuestos, nuevas plazas bien pagadas para nuestros investigadores, es decir, necesitamos una ciencia de frontera, no una “ciencia pequeña”, abandonada y sin poder.
jalbertogaytangarcia@gmail.com
A78R6/17
Acerca del autor
- José Alberto Gaytán García ha escrito artículos y ensayos de corte académico en diarios y revistas de México y de los Estados Unidos; ha participado en importantes proyectos académicos e impartido conferencias sobre temas de historia, tecnología y educación en el marco de las relaciones entre México y los Estados Unidos, tema en el cual realizó sus estudios de doctorado en The Graduate School of Internacional Studies de la Universidad de Miami.
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