El México de Egerton (cuarta parte)

Por José Alberto Gaytán García*

Los restos del desdichado pintor inglés Thomas Egerton de 45 y de su amiga Agnes Edwards, de 20 años de edad “descansaban” en las fosas 132 y 133 del cementerio inglés de la Ciudad de México, conocido popularmente como el panteón de la Tlaxpana; este panteón estaba localizado por el rumbo de la actual colonia San Cosme, en el centro de la Ciudad de México. El número de las fosas indicaba la cantidad exacta de ciudadanos británicos que habían sido enterrados en ese lugar desde 1824, fecha de entrada en vigor del tratado de comercio entre Inglaterra y México. Las comillas que utilicé sobre la palabra descansaban se debe a que en el Senado de la República se suscitó un acalorado debate sobre la prohibición de sepultar en cementerios o camposantos a personas que no profesaran la religión católica.

El México de Egerton Cuarta parte

El lío se armó porque la Constitución federal de 1824, consideraba a la católica como la única religión del Estado mexicano y el infortunado pintor inglés y su acompañante no eran católicos sino “protestantes”. Por ese motivo, las voces más conservadoras del senado se oponían furiosamente a que fueran sepultados en camposantos mexicanos, los cuales, para enredar más el asunto, eran administrados por la Iglesia y por tanto, reservados para uso exclusivo de sus feligreses.

Los “protestantes” como el pintor Egerton y su acompañante, eran llamados así, por ser seguidores de una doctrina cristiana que se separó de la comunión romana en el siglo XVI; este movimiento “protestante”  lo encabezó Martín Lutero, un monje reformador alemán que se enfrentó al Papa León X, a quien le protestaba un decreto que prohibía cualquier cambio de religión en los estados alemanes, los principales tipos de protestantismo que se dieron en Europa fueron el luterano, el calvinista, el anglicano, el metodista, el bautista, el congregacional y el presbiteriano.

Por su parte, las autoridades británicas reclamaban airadamente la posición intolerante del Senado mexicano, argumentando que el tratado de comercio que tenían con México les facultaba, entre otras cosas, hacer uso del panteón de la Tlaxpana para enterrar a los súbditos de su Majestad. Los molestos funcionarios ingleses le recordaban a esas voces intransigentes que Inglaterra fue el primer país en reconocer la Independencia de México de la corona Española, en respetar su historia y aspiraciones y en reconocer la Constitución de 1824 como la primera carta magna de una nación libre, como lo era la República Mexicana, los dolidos funcionarios ingleses hacían hincapié en que el respeto que Inglaterra le daba a México, no se lo daban otros países que decían llamarse amigos de México, en clara alusión a los problemas que había con los Estados Unidos.

El Gobierno de Inglaterra en el fondo de las cosas tenía mucha razón, ya que la constitución de 1824 fue la primera que tuvo nuestro país después de la guerra de Independencia y fue también la primera constitución que tuvimos después del fallido intento de Agustín de Iturbide de establecer un imperio en México al estilo europeo.

Santa Anna molesto por el ruido que había en el Senado, reconocía que los ingleses sabían de lo que estaban hablando, pues fue el propio general veracruzano quien en 1823 desconoció a Iturbide al levantarse en armas desde Veracruz con el Plan de Casa Mata. El movimiento de Santa Anna fue apoyado por otros caudillos sobrevivientes de la guerra de Independencia, entre ellos, Vicente Guerrero, Nicolás Bravo y Celestino Negrete.

Este movimiento militar logró que Agustín de Iturbide renunciara al trono y aceptara ser desterrado a Italia; antes de renunciar, el emperador negoció una jugosa pensión vitalicia de 24 mil pesos anuales, negoció también que lo acompañara su familia completa y 40 de sus súbditos y una molestia más, por aquello de las dudas, Iturbide pidió que lo escoltara Nicolás Bravo hasta el puerto de Veracruz, quien debería acompañarlo hasta las escalerillas del buque Rowllins, en el cual partiría a Europa. El emperador pidió que fuera Nicolás Bravo ya que era el único de sus enemigos en quien confiaba. Las peticiones del emperador fueron aceptadas por el grupo político que lo derrocó, con la advertencia que si regresaba al país sería declarado traidor de la patria y juzgado como tal. Agustín de Iturbide hizo caso omiso a dicha advertencia, regresó al año siguiente con la idea de recobrar el trono perdido, fue capturado en las costas de Tamaulipas y juzgado por el congreso de ese estado, quien sin consultar a ninguna autoridad central si tenía facultades legales para juzgarlo, lo encontró culpable de traicionar a la patria, decretando su fusilamiento en una población llamada Padilla, ubicada al norte de Tampico, cerca de la frontera con Texas.

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Acerca del autor

José Alberto Gaytan
José Alberto Gaytan
José Alberto Gaytán García ha escrito artículos y ensayos de corte académico en diarios y revistas de México y de los Estados Unidos; ha participado en importantes proyectos académicos e impartido conferencias sobre temas de historia, tecnología y educación en el marco de las relaciones entre México y los Estados Unidos, tema en el cual realizó sus estudios de doctorado en The Graduate School of Internacional Studies de la Universidad de Miami.

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