Por José Alberto Gaytán García*
La noche del 30 de diciembre del 2004, María de los Ángeles Mejía y un grupo de amigos organizaron una “lunada” en un bosque cercano a Huasca de Ocampo. Las lunadas son fiestas muy populares entre los jóvenes y habitantes de esta región hidalguense. Esa noche, bajo un enorme árbol llamado “La mora”, María de los Ángeles y sus amigos prendieron una gran fogata, a la luz de la luna la pasaban muy bien: contaban historias de brujas, cantaban alegremente y disfrutaban de un buen tequilita para disminuir el frío que pegaba sabroso esa noche. Aproximadamente a las dos de la mañana, María de los Ángeles notó que varias parejitas empezaron a separase entre el bosque, situación que ella y el resto de sus amigos, entre ellos, Paty Ramírez y Juan Carlos Medina, decidieron aprovechar para jugarles una bromita pesada que consistía en pegarles un buen susto. Para tal efecto, se adentraron en el bosque en busca de los enamorados que aparentemente no estaban lejos, ya que se escuchaban cerca voces y ruidos.
Bajaron una gran barranca y se adentraron en el bosque, María de los Ángeles recuerda que las voces y ruidos los llevaron hasta un paraje frente a la entrada de una gran cueva, al buscar a sus amigos se llevaron el sustazo de su vida; justo frente a ellos, se encontraron un grupo de unos veinte duendes, su amiga Paty trató de gritar y correr pero Juan Carlos la detuvo y le tapó la boca para que los duendes no se percataran de su presencia, atónitos y sin saber que hacer, se quedaron observando al grupo de duendecitos; uno de los duendes los vio y les hizo una seña con la mano que se acercaran, María de los Ángeles recuerda que quisieron correr pero que el duendecito les habló y les dijo que no tuvieran miedo, que los invitaban a su fiesta, que nada malo les pasaría. Los duendes median como sesenta centímetros de alto; las mujeres eran rubias, de facciones bonitas, cabello largo y trenzado, María de los Ángeles las describe como muñequitas de Walt Disney, con vestidos largos como de seda fina, de colores bonitos como el arcoíris, sus zapatos eran de diferentes colores, con la punta doblada hacia arriba; había dos pequeñas carretas redondas de cuatro llantas que jalaban dos caballitos ponis con las crines trenzadas y con sillitas de montar, las carretas tenían dos lamparitas en la parte de arriba, se parecían a la carroza de Blanca Nieves. Los hombres eran de piel blanca, todos de edades diferentes, no había niños, vestían botas con los pantaloncitos dentro de las botas, todos usaban sombreritos y pañuelos de colores en la cabeza, traían pistolitas largas que brillaban en la noche, como si fueran de oro.
Los duendes cantaban y bailaban en parejitas, María de los Ángeles y sus amigos no entendían en qué idioma hablaban pero recuerdan que su voz era muy finita. La música la tocaban cuatro de ellos con un arpa, una flauta, una guitarrita honda y un tamborcito, los instrumentos también brillaban como si fueran de oro. Los duendecitos les ofrecían las cosas con mucha amabilidad; les dieron dulces de sabor parecido a los dulces de leche, había una fogata donde asaban una especie de carne que María de los Ángeles y sus amigos no comieron porque el sabor no les gustó. El vino sabor a durazno lo servían en copitas de cristal que sacaban de una bolsita de color plata, había una ollita de madera de la cual salía vaporcito, los duendecitos comían con las manos, no usaban cubiertos, los platos eran de madera y en un mantel blanco bien restirado sobre el suelo tenían los utensilios de cocina.
El duendecito que hablaba con ellos parecía el jefe del grupo, era el único que les hablaba en español, era el más grande de edad, usaba sombrerito y tenía barba blanca, les explicó que los duendes no eran iguales, que ellos por ejemplo, no hacían daño, que en el mundo de los duendes no había maldad ni envidia, que por eso vivían alejados de los humanos, ya que nosotros nos portábamos mal, que vivíamos en un mundo maravilloso que estábamos destruyendo por la violencia, por estar todos contra todos y por vivir sin unión ni verdadera amistad, que los agredíamos con malas palabras y groserías, que por tal motivo no se manifestaban seguido ante los seres humanos.
Estimado lector, no deje de leer el próximo artículo de esta fascinante historia, créame, le impactará leer lo que sucedió después de este increíble encuentro entre un grupo de amigos y un grupo de duendes en la sierra de Hidalgo.
jalbertogaytangarcia@gmail.com
A68R6/17
Acerca del autor
- José Alberto Gaytán García ha escrito artículos y ensayos de corte académico en diarios y revistas de México y de los Estados Unidos; ha participado en importantes proyectos académicos e impartido conferencias sobre temas de historia, tecnología y educación en el marco de las relaciones entre México y los Estados Unidos, tema en el cual realizó sus estudios de doctorado en The Graduate School of Internacional Studies de la Universidad de Miami.
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