Por José Alberto Gaytán García *
Aquella noche del 13 de octubre de 1959, Macario Barrón encargado de una pequeña estación de bombeo de PEMEX que estaba enclavada en pleno corazón de la selva Huasteca, se disponía a dormir después de un pesado día de trabajo en el mantenimiento de la caldera de vapor de dicha estación; repentinamente de la oscuridad y entrañas de la selva salieron 58 hombres visiblemente cansados, se le aparecieron en la puerta de la casita de la estación para preguntarle si ahí era el lugar en donde el Gobierno ofrecía trabajo a cambio de tierras y diez pesos diarios de sueldo, sobrepuesto del susto Macario Barrón les explicó que seguramente se habían equivocado de lugar, ya que aquello era una región totalmente inhóspita y no apta para trabajo alguno.
El encargado de la estación se apiadó de aquellos hombres cuando supo que venían de muy lejos, que estaban extenuados y con mucha hambre, resultado de un duro viaje de dos días en tren de segunda clase y de caminar doce km entre los peligros de aquella húmeda y sofocante región selvática. Macario Barrón les ofreció guajes de agua fresca que era todo lo que tenía de comer, o de beber, para ser más exacto, y les dio permiso de dormir esa noche en la pequeña casa de la estación de bombeo.
Así nació una de las historias más duras, exitosas y fascinantes de la aventura del hombre por alcanzar el sueño de tener un pedazo de tierra y un lugar digno para vivir en paz y en prosperidad con su familia. Conocí esta historia y a sus personajes principales gracias a mi primo Nemecio García, conocedor de caminos, gente y costumbres de la región Huasteca, Nemecio después de varias platicas acompañadas de un buen café y de unos deliciosos “encanelados”, un sabrosísimo pan de repostería que se hornea por allá, me contó esta historia en detalle, después me mostró la zona de Chapacao, ahí me presentó a líderes y colonos sobrevivientes, quienes a su vez con toda gentileza me dieron acceso a documentos e información privilegiada, posteriormente, los líderes de los colonos me presentaron a Francisco López Serrano.
La región de Chapacao de más de 40 mil hectáreas, se localiza en una zona geográfica privilegiada, esta ubicada en medio de los ríos Pánuco y Tamesí, en la frontera de tres estados, sur de Tamaulipas, oriente de San Luís Potosí y norte de Veracruz.
Una vez establecidos en Chapacao, los nuevos colonos se dedicaron a desmontar la zona a base de hacha y machete, ya que requerían de la abundante madera de palma que había en la región para construir las casas en donde vivirían con sus familias. El sueldo era de sesenta pesos semanales, menos veinticuatro pesos que les descontaba el encargado del grupo por concepto de comida, la cual no era mala pero estaba racionada, con un kilo de carne tenían que comer siete trabajadores al día. Don Germán Rodríguez Hinojosa, sobreviviente del primer grupo de colonos, a sus 77 años de edad recuerda con gran precisión las condiciones de trabajo de aquellos primeros días: “La parte más difícil que enfrentamos no era en sí el trabajo duro, eran más bien los ataques de los “moyotes” (los mosquitos) y las enfermedades de la región lo que nos acabó a los primeros colonos que llegamos a Chapacao”; aun así, aclara don Germán, “vencimos todas las adversidades del clima y peligros de la selva Huasteca ya que nosotros veníamos del clima seco del desierto el cual es diferente al de la selva.” Efectivamente, esa región o “la selva” como le llamaban los primeros colonos, en aquellos tiempos era una densa zona de selva media infestada de feroces mosquitos, víboras de cascabel, jabalíes y tigrillos.
El resto del salario (36 pesos) que les quedaba a la semana a los primeros colonos los enviaban a sus familias, quienes aguardaban impacientes sus noticias y la autorización del Gobierno para viajar a Chapacao a unirse a los trabajos colectivos de construcción de las nuevas colonias. El alcohol estaba prohibido entre aquellos hombres, las faltas de respeto también, al que cometía la primera falta le aplicaban sin derecho a reclamación “la ley de la brecha”, es decir, lo expulsaban del grupo y lo enviaban de regreso por el camino o brecha por donde había llegado. Bajo la supervisión ordenada y estricta del Lic. Francisco López Serrano, se consolidó el programa de población de Chapacao. Don Germán Rodríguez describe con gran emoción y afecto al Lic. López Serrano como “un gran hombre, tuvo mucha visión para cumplir en forma exacta el programa de colonización del presidente López Mateos, tuvo también un gran ayudante, un joven que se llamó Alfredo V. Bonfil, él era el encargado de traernos de la Laguna, también fue un gran amigo de nosotros”. Por cierto, Alfredo V. Bonfil, con el tiempo se convirtió en un gran líder cañero, fue el dirigente nacional de la Confederación Nacional Campesina (CNC), en enero de 1973 cuando tenia 36 años de edad murió en un accidente aéreo cerca del aeropuerto de Veracruz.
Antes de cinco años de su llegada a Chapacao, los colonos ya estaban totalmente integrados y adaptados a su nueva vida en la Huasteca veracruzana, completamente autosuficientes transformaron la selva en ricas tierras productivas, la recompensa al trabajo arduo de 14 a 16 horas diarias, de dormir bajo los árboles y de comer maíz tostado, fueron abundantes cosechas de tomate, algodón, maíz, fríjol, papaya, y vastos cultivos de miel de abeja y cera. En menos de cinco años el salario de los diez pesos diarios que les pagaba el Gobierno resultaba una cantidad ridícula comparada con los ingresos que obtenían por la venta de sus cosechas. En términos económicos los hombres de Chapacao ya no eran humildes colonos de hacha y machete, por el contrario, eran ricos agricultores, autosuficientes y dueños de una vasta extensión de prodigas tierras superior a las 40 mil hectáreas. Fue tal el éxito que alcanzaron en tan corto tiempo estos formidables colonos, que una de las primeras cosechas de algodón que levantaron fue valuada en la fabulosa suma de 80 millones de pesos. En 1961 cosecharon 500 toneladas de maíz y en el ciclo siguiente, gracias a las abundantes lluvias de ese año, cosecharon el doble ¡1000 toneladas! suma verdaderamente increíble. Para ese entonces, el talache, el machete y el hacha, herramientas tradicionales con las que se abrieron paso en la selva resultaban ya herramientas insuficientes e inoperantes, los colonos de Chapacao pronto las cambiaron por un buen tractor y una buena camioneta Jeep. Esta historia continuará la próxima semana con el artículo Los Kennedy en Chapacao.
jalbertogaytangarcia@gmail.com
A09R6/17
Acerca del autor
- José Alberto Gaytán García ha escrito artículos y ensayos de corte académico en diarios y revistas de México y de los Estados Unidos; ha participado en importantes proyectos académicos e impartido conferencias sobre temas de historia, tecnología y educación en el marco de las relaciones entre México y los Estados Unidos, tema en el cual realizó sus estudios de doctorado en The Graduate School of Internacional Studies de la Universidad de Miami.
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