Por José Alberto Gaytán García*
Por instrucciones del Lic. Raúl Castellano, Regente del Distrito Federal, el 16 de agosto de 1939, Francisco López Serrano, fue designado Jefe de la Defensoría de Oficio del Fuero Común del Distrito Federal. El Lic. Godofredo Beltrán Mora, Oficial Mayor del entonces Departamento del D.F., fue comisionado para dar posesión y dejar debidamente instalado a López Serrano en tan importante cargo. Ese día, muy nervioso, López Serrano esperó en las oficinas de la Oficialia Mayor a que su titular terminara de atender algunos asuntos importantes, para de ahí, trasladarse a la Penitenciaria de Lecumberri, lugar en donde se efectuaría la toma de posesión.
Fue una ceremonia sencilla en la cual el Oficial Mayor hizo elogios de López Serrano, quien emocionado agradeció a dicho funcionario sus comentarios, comprometiéndose ante todos que su corta edad y falta de experiencia en asuntos penales no serían obstáculo para poner todo su entusiasmo y esfuerzo en su nuevo cargo. Acto seguido, vinieron los aplausos, abrazos y las fotos de rigor, posteriormente, el director del penal invitó a los presentes a realizar un recorrido para que conocieran las crujías y el funcionamiento interno del centro penitenciario, la comitiva invitada a dicho acto estaba integrada por los defensores de oficio que laboraban en ese centro penitenciario, agentes del ministerio público adscritos, los jueces que integraban las cortes penales, funcionarios de Gobierno y periodistas.
Ante la mirada fría y desafiante de los cientos de reclusos que observaban el paso de la comitiva, el director explicaba con cuidado todo tipo de detalles operativos del famoso penal. En absoluto silencio y fuertemente impresionados los integrantes de la comitiva escuchaban con atención las explicaciones del director, en eso estaban, cuando repentinamente les sale al paso un grupo de unos diez presidiarios, uno de ellos, casi se les va encima a la comitiva, al verlos, le grita sumamente emocionado a López Serrano:
Quiuuhúbole Pancho… ¿Qué andas haciendo por aquí carnal, cuándo vienes a comer con nosotros?, aquí está “el Mofles”, “el Lentejuelas”, “el Cuatro Dedos”.
Medio muertos por el susto que les provocó tan abrupta interrupción, los de la comitiva miraban extrañados a López Serrano buscando una explicación de cómo conocía a este personaje, obligado por las circunstancias, López Serrano, no tuvo más remedio que confesar que conocía a los internos porque años atrás, el director de Lecumberri, un paisano suyo, le dio un permiso especial para comer en el restaurante del penal, ya que era un estudiante muy pobre que no tenía de plano ni para comer y que para conseguir dicho permiso esperó al director durante tres días afuera de la penitenciaria, que gracias a esa ayuda logró terminar sus estudios de abogado y que no tenía pena confesar tal situación, agregando que tan mal era su situación económica, que muchas veces estuvo tentado de pedirle a su paisano que también lo dejara dormir en la penitenciaria. A varios de los funcionarios les ganó la emoción, conmovidos lo abrazaron y lo felicitaron nuevamente por haber superado tan difícil situación.
El recorrido continúo, conforme avanzaban por los pasillos del penal se escuchaban los saludos de los internos cuando reconocían a López Serrano: “Ese mi Pancho”, “¿cómo estas mi valedooor?”, “¿qué pasión hijiin?”, la gritería y la algarabía subió de tono cuando rápidamente se corrió la voz entre los internos de quién era el nuevo jefe de los defensores de oficio, la carretada de aplausos que los internos le brindaban a su paso, cimbraban a López Serrano, quien mudo de la emoción miraba de reojo como una que otra lagrima rodaba sobre los rostros de los conmovidos funcionarios que lo acompañaban. A cierta distancia los seguía con cautela otra comitiva, más numerosa y aún más emocionada, la encabezaba la banda del “Rafles”, el interno que los abordó momentos antes, personaje famoso por dirigir una de las bandas más peligrosas del México de aquel entonces.
Para la mayoría de los 2450 internos, era por demás justificada la alegría que les producía la llegada a dicho cargo de un amigo que pudiera echarles la mano y que mejor si era “uno de los suyos” como siempre consideraron a López Serrano, ya que sabían perfectamente que de ese lugar difícilmente saldrían en libertad, peor aún, las reglas del sistema penitenciario eran que de Lecumberri los trasladaban a las temidas Islas Marías, lugar de donde nadie había regresado vivo.
Un importante periodista de los años cuarenta, Hernández Llergo, publicó un artículo en noviembre de 1939 en la revista Hoy, sobre la suerte trágica y oscura de los internos de Lecumberri y sobre el formidable trabajo que desarrolló López Serrano, concluyendo su artículo en los siguientes términos: “…sería inexacto definir la tarea de López Serrano, si no se reconoce su trabajo constante, leal y desinteresado al hombre en uno de los aspectos más impresionantes de la vida humana: el de la desgracia”.
Estimados lectores, la formidable obra que desarrolló López Serrano al frente de la defensoría de oficio del D.F., no fue nada comparada con otra extraordinaria obra que realizó en varios estados del país, entre ellos, en nuestro querido Veracruz, tema de nuestro próximo artículo, para esto, permítanme aclarar, que ya para ese entonces era una grave falta de respeto llamarle “Pancho” o “ese mi Pancho”, ahora era, el señor Licenciado Francisco López Serrano, con nivel de ministro en el gabinete del presidente Adolfo López Mateos.
jalbertogaytangarcia@gmail.com
A12R6/17
Acerca del autor
- José Alberto Gaytán García ha escrito artículos y ensayos de corte académico en diarios y revistas de México y de los Estados Unidos; ha participado en importantes proyectos académicos e impartido conferencias sobre temas de historia, tecnología y educación en el marco de las relaciones entre México y los Estados Unidos, tema en el cual realizó sus estudios de doctorado en The Graduate School of Internacional Studies de la Universidad de Miami.
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